Aunque la obra del artista multidisciplinario Hiroaki Umeda no lo demuestre a primera vista, la cultura japonesa ha manifestado desde siempre un apego casi enfermizo a la tradición y una fidelidad absoluta a las leyes de la naturaleza.
Algunos dicen que se debe a que son incapaces de alejarse de sus raíces. Otros afirman que han intentado identificarse con los valores de Occidente, pero que se han agotado sin lograrlo.
Umeda,nacido en Tokio en el año 1977, es bailarín, coreógrafo, compositor, escenografo, artista visual y adepto a esa fijación con sus raíces.
Su producción intensamente tecnológica no es un intento de aggiornar una idea por medio de una modernización forzada, como sí ocurre con la ópera en Europa. Más bien es la consecuencia de un primer principio estético: la forma sigue a la vida.
A este respecto lo tiene claro: “creo que es porque mis pensamientos se actualizan al mismo ritmo que la tecnología avanza” comenta.
Entre las artes escénicas niponas más conocidas están el teatro nō, austero y refinado, el kabuki, más popular y festivo y la inquietante danza butō. Hiroaki se nutre de las tres, que se basan en un segundo principio fundamental: el arraigo a la realidad. Mientras nuestra danza clásica pareciera dar un grand jeté para proyectarse a las alturas de lo ideal, la japonesa se aferra al suelo, a lo tangible.
Y lo mismo pasa en el origami, el karate o la arquitectura. En Japón nada está aislado de la totalidad.
Umeda se adhiere a las tradiciones de economía expresiva y estilización total del movimiento, pero lo hace creando.
Sin embargo, no es moderno ni vanguardista, solo intensamente contemporáneo. Siente el pulso de la existencia y percibe cómo esta muta a gran velocidad. Y cuando el mundo cambia, la expresión de la realidad debe cambiar también.
Lamentablemente, aquí en el lejano oeste estamos tan ocupados con nosotros mismos que apenas miramos a nuestro alrededor. Esa es la razón de que creadores como este nos dejen boquiabiertos, pues están despiertos a la vida y la forma debe seguir a la vida, Aunque nosotros no nos demos cuenta.
Claudio Molinari / Roomdiseño